sábado, 30 de mayo de 2009

martes, 19 de mayo de 2009




Nunca me resulta sencillo despertar por las mañanas, pero hace un tiempo que descubrí que un café bien cargado, con unas gotas de ron, hace olvidar, todos y cada uno de los recuerdos que me pudieron atormentar la noche anterior.
Cada tanto deseo jamás despertar, pero hay agujas dictadoras que inclementes marcan la rutina y el rumbo hacia lo que para mí “es un nuevo día”.
No importa cuanto cueste, bien vale el sacrificio, me ducho con agua bien caliente, espero lo que sea necesario, mientras calienta el maldito calefón eléctrico.
Bendita poción, el vapor se fusiona con la esencia concentrada del Espadol llenando la habitación, como si eso se lo llevará todo; cepilllo mis dientes enérgicamente.
Rocio mi pelo con una colonia barata, discreta pero jamás berreta, poca pintura, ropa holgada completan mi vestuario.
Procuro no fumar por las mañanas, no quiero sentir sobre mi piel ni un solo olor que no sea propio.
Es mi manera de darle la bienvenida al “Dios RA”, las zapatillas son cómplices de mi salida silenciosa, libre transitó entre la multitud, me pierdo…, en la indiferencia de lo no cuestionado, sin prejuicios o miradas de desaprobación, soy tan solo una mas “ellos/as”, que se pierde entre edificios, hoteles de mala muerte, y hollín.
Las compras siempre las hago lejos de casa, saludo a la cajera, quien amablemente me responde con una sonrisa, quizás impuesta por su empleador, de todas formas a mí poco me importa.
Durante el día, soy feliz, poder sonreirle a la nena que me saluda alegremente sin que su madre, al observarme no sacuda su brazo como si hubiera visto a Satanás, reconcilio fantasmas.
Hace tiempo que resigne los deseos maternos, y en parte eso me carcome el alma.
Por eso me asegura de no sentir, nunca, por nada, ni nadie. Si hay un factor en vida que no es fluctuante es la plena convicción que tengo a quien soy.
Ni siquiera se si eso que late dentro de mí, es el corazón o simplemente el sonido de las agujas del reloj que marcan el trascender de mis días.
Las escasas cosas que disfruto duran poco; y se que indefectiblemente debo volver a esa pensión de mala muerte, que no es mucho más que una tapera repleta de gente indeseable, quizás tanto o más que yo.
Ahí comienza mi verdadera vida, como algo rápido, trato de dormir para que mis pensamientos no me perturben, aún sabiendo que indefectiblemente deberé despertar, y cuando eso suceda me será inevitable evadir esos sentimientos que me acorralaran.
Comienzo los preparativos y una lagrima se funde en mi rostro, noche tras noche, pero siempre antes de maquillarme.
Medias de red, zapatos taco aguja, una pollera que no deja nada a la imaginación, el pelo suelto, un rojo carmín delinea mis labios, como un payazo, dibuja la lagrima con la que sale a escena, los ojos delineados resaltando pupilas muertas, y el alma a cuestas.
No se porque, pero beso el crucifijo antes de salir, noche tras noche no puedo obviarlo.
Bajo las escaleras mientras de fondo algunos borrachos de mala muerte, vociferan desde sus habitaciones al sentir mis tacos.
Al cruzar la puerta ya soy otra, mis pies van al compás de mis caderas felinas, con un andar que dibuja figuras, cadencia, carácter y actitud.
Las reglas están claras, se encargaron de que no las olvide la primera vez que me pare en una esquina que ya tenía dueña.
Tres semanas tardaron en curar las heridas de mi rostro, pero ahora se como son los códigos, y guay… con que alguien pise mi zona, es increíble como uno aprende de los usos y costumbres, los hace tan propios.
Vayan a preguntarle a la nuevita como le deje la cara, todavía no se la ha vuelto a ver.
Al principio me sentía halagada que ante mi presencia pararan, como si fuera "La Cenicienta" esperando que alguien la lleve al baile…Que estupida!, la sensación me duro segundos.
Los grupos de adolescentes pasan diciéndome groserías queriéndome tocar como si por ser prostituta tuvieran derecho a juzgarme o manosearme.
Autos caros que tantas veces pararon solitarios, ahora pasan acompañados y miran con desaprobación tan patético escenario.
Hay días que me enfurezco, otros pienso quien tendrá una vida más miserable…
Me acostumbre a ser lo que quieran que sea por un precio, para ellos dinero, yo pagaba un poco mas “mi ser”, sin embargo…
A ellos parece no importarles, alguna que otra vez hubo quien me hablo con dulzura, y su piel parecía suave, y no aceite caliente que derrite mis entrañas.
La gente mayor que saca a sus perros a cagar en las veredas, o que simplemente pasa por ahí, después de una rigurosa inspección ocular, me largaba el ya conocido versito, era increíble, parecían sabérselo de memoria porque todos repetían el mismo: “Virgen Santa, como permiten estas cosas”.
Al principio me callaba, el tiempo y la experiencia, me dio agudeza, uñas afiladas, pero sobre todo poca paciencia, me comenzaron a irritar sus comentarios.
“¡Mierda, pensaba!”, era mi cuerpo, mi vida, mi elección, noche tras noche, que sabían ellos lo que yo debía padecer, como si me encantara estar parada en la esquina en pleno invierno en bolas esperando que alguien quiera comprarme por un rato, con su aliento nauseabundo, su esposa desleal, sus deseos reprimidos, sus odios, sus malos tratos, entre tantos dones.... Ser terapeuta tambien viene con la profesión, (aunque la consulta siempre es gratis).
Hasta que un día les conteste “¿Virgen? no, seguro!, pero por un precio módico puedo ser toda una Santa”.
En minutos llego la cana, pase toda la noche adentro. Al otro día el trabajo comenzó a la tarde, tenía que recuperar la guita, no me alcanza para pagar la pensión. Hay ciertos lujos que no podemos darnos.
De tarde todo es diferente las miradas te despedazan.
Me resultaba curioso lo fácil que le es cuestionar mi vida, sin saber, cual es verdadero precio que yo pago y pagare el resto de mi vida.
Pero, ¿cual es el de ellos? …
Que tienen una mujer en la casa que lo llama al celular, y otra en la cama.
El de la que hace el amor con un marido/novio/ concubino sin amarlo solo porque es de buena posición.
O esta aquel que hace el amor porque les toca, no se aman, pero “tienen hijos”,¿como van a separarse?, (hagamosnos mierda ,pero en familia), no se sienten, no se rozan, no ríen, no comparten sus días, no se acuerdan de que es amar.
Están también aquellos que va a un boliche/bar etc. le regalan un beso a cualquiera y se van juntos ¿quizás hagan el amor? o ¿sea quizás sea tan solo puro sexo?.
Probablemente hagan lo mismo que yo, solo que socialmente aceptado.
Pero hay algo que sin importar de la forma que se mire, tiene el mismo color entregarse a otro nunca, nunca es gratis.





Esmeralda
Derechos Intelectuales Reservados

lunes, 18 de mayo de 2009

El comienzo de mi historia









Sin quererlo Juan, salvo a mi madre de mas de una forma, pues le había hablado de ella a sus amigos, que a menudo la saludaban por la ventana, ella en un principio era hosca y los ignoraba cual Princesa esperando la carroza, pues era conciente que esa noche por culpa de ellos no vería a Juan. El les contó cual era la realidad de su vecinita “presuntuosa” y harapienta. Ella los termino queriendo mediante algún que otro soborno, manjares poco comunes, en un mundo de ratones a la espera de ser trasformados en carroza. Con el tiempo no solo los saludaba sino que ya los reconocía por nombre.
El día que huyo una amiga de Juan la rescato y su realidad volvio a transmutarse, se habia convertido en una bella adolescente con capacidad de crear y recrear, se mudaba a menudo, estaba poco tiempo en un lugar fijo, en batallas que no comprendía, pero que traian resabios a ausencias, a sangre y un dolor interminable. De historias desconocidas Perón, Videla, Democracia, Golpe de Estado, Derechos Humanos ¿que era eso?. Su única causa siempre fue Juan, recuerda, que a alguno de los nuevos, no les agradaba su presencia la miraban con desconfianza, “esta pendeja no tiene nada que hacer acá, no esta comprometida con la causa y nos puede joder a todos, y si bien Juan era un tipazo, estaba pidiendo ser chupado, tener la foto del “Che”, en la pared, porque no te pones un cartel con luces de neon que diga: Revolucionario aquí”.
Una de las chicas le había regalado ropa y se veía linda. El tiempo paso y apareció una dulce complicidad con Marcos un joven que le enseño que su cuerpo tiene mas dones que el llevar ropa bonita, Marcos a diferencia de mi madre vivia por la causa.
La primera vez que le regalo una flor del aire (o panadero como solían decirle), hizo una reverencia picarezca y “le dijo para Usted, mi bella Princesa” , eso pareció alcanzar, poco tiempo compartieron, y como la flor, el aire soplo y Marcos también se fue una noche y jamás volvió.
Pero mi madre ya no estaba sola, su vientre abrigaba más que sus angustias.
Marcos era un gran líder, y lo único que escucho mi madre fue “si canta no van a tardar en llegar hay que cambiar el destino ya”.
En ese momento supo que Marcos tampoco volvería, y que ese ya no era su rumbo.
Tomo su ropa su lata con sus pesos ley, agradeció el hospedaje, y emprendió viaje…
Tenia 24 años cuando el mundo era solitaria, inmensa, y embriagadoramente suyo, no conocía mucho, el aire aun estaba viciado, pero habia zumbidos lejanos de cambios. Mientras caminaba veia carteles nuevos, ya no se veian calcomonias que dijeran "Los Argentinos, somos Derechos y Humanos" , ahora la leyenda era otra "¡Las Malvinas son Argentinas!.
Si algo habia aprendiendido de pequeña era a racionarlo todo, el amor, el dolor, el hambre, la tristeza. Tenía dinero, pero sabia que le duraría poco sino conseguía trabajo.
Supo que la acompañaba desde temprano, pues tenía vómitos frecuentes, y solía marearse, aunque estaba de 3 meses apenas si se le notaba.
Desde que supo que estaba en su vientre, lo acariciaba a menudo, cantaba aquella canción que una vez escucho en la panza de su madre, mientras en susurros repetía : “ Alma, vos vas a ser la más bella Princesa, iras a todos los bailes, no necesitarás esperar Hadas Madrinas, yo me encargare de eso".
Tomo su bolso, fue hasta la estación de Morón, saco boleto y por primera vez tomo un tren Sarmiento, había escuchado alguna vez... "Dios esta en todos lados, pero atiende en Capital”.
Bajo con paso temeroso, pero mirada segura, cruzo la Plaza de Once y consiguió una pensión en el barrio, era económica, no le importaba compartir el baño, su único requisito es que tuviera ventana.
Tenía a una adorable mujer en la habitación de al lado que en seguida vio a Alma, acaricio la panza a mi madre, creo que le dio ternura, en seguida agrego "cuando necesites algo, solo golpea". Quien diría que años más tarde sería quien me cuidaría mientras esperaba ansiosa la llegada de mi mamá.
Era tan flaca que no notaron el embarazo y la tomaron en un bar de moza, el dueño era un sudoroso, viejo mal oliente mezcla de transpiración, naftalina y con hedor de alcohol y tabaco, que mi madre aborrecía. Desde el primer día que llego le gusto mi madre, según comentan “era como la rubia Mirella se daban vuelta pa’ verla bailar”, solo que ella no bailaba y era Morocha.
Cuando nací, no hubo flores, ni ositos, pero mi madre me parió con tanto dolor como amor, lloro como su madre, pero ella de emoción, pidió verme enseguida y dijo "no me equivoque eres y serás mi Alma".
Me dejaba en un jardín maternal casi todo el día, luego me pasaba a buscar me daba la leche, y la señora de al lado me cuidaba; ella volvía al bar, el dueño le pagaba algo más si trabajaba por las noches.
En casa no abundaba la comida, ni teníamos nada lujoso tan solo una radio, que mi madre compro usada a un vecino,luego de ahorrar varios años, era tan feliz con tan poquito.
Había una sola cama, así que me leía noche tras noche Cenicienta, prendía la radio, escuchamos dos temas y a dormir, decía.
Nunca tuve muchos amigos, si bien era una escuela pública, yo siempre tenía algo menos, un papá ausente, una mamá que nunca podía venir a verme en los actos, ni a la reunión de padres, la ropa era casi consecutiva, se usaba hasta que se ensuciara, un solo guardapolvo, nunca llevaba golosinas, entonces no me convidaban, no tenia soga, ni elástico. Así que me sentaba con mi librito viejo y lleno de marquitas y esperaba que sean las doce para que llegara la hora del comedor.
Un martes no vino a dormir después del trabajo, yo estaba terminando la primaria, y los miércoles a la mañana tenía expresión corporal, como disfrutaba esas clases, la música sonaba y era quien mi mamá deseo tanto, sentía que bailábamos juntas. La profesora era bailarina clásica, le dijo que tenia grandes aptitudes, si estudiaba, mi madre estaba feliz de oírlo pero sabía que a duras penas, tenía cuaderno, “hace la letra chiquita, así dura más me decía”.
Vino el miércoles, subió corriendo borracha las escaleras, yo la mire con todo el odio del mundo era tarde ya para ir a la escuela, estaba asustada, tuve miedo toda la noche, ¿y si no vuelve…?,¿ y si le paso algo…. ?
Cuando llego su aspecto era irreconocible, la ropa desarreglada, y ese olor (que hoy me acecha), yo estaba preocupada nunca me había dejado sola.
Al crecer cuando llegaba del cole a la tarde saludaba de pasada a la vecina, y me iba a mi pieza tenía que ordenar, preparar la comida, esa noche ,había quedado intacta en la mesa.
Si bien siempre fui sola al colegio, mi madre nunca había faltado en las noches. Como no llegaba seguí la rutina por ahí viene antes para no perdérselo, pensé, leí el cuento, escuche dos temas apague la radio, y me senté en el borde de la cama, la oscuridad lo invadía todo, con los ojos abiertos en estado de alerta como los gatos, sin sacarle la mirada de la puerta, así la encontré, me miro y ninguna de las dos bajo la vista, ella observo la habitación, y revoleó los platos por el aire, “¡no comiste pendenja de mierda!, ¿que pensas que yo me rompo el lomo laburando para que vos no comas?",y cayo al piso sin dejar de llorar, quise acercarme y me empujo con fuerza contra la pared, vio el libro de la cenicienta en la cama y lo rompió en mil pedazos, y dejas de leer libros de mierda, “ la vida no es así, apréndelo de una buena vez pendeja, ¿entendiste?, ¿entendiste?” repetía una y otra vez, no me salían las palabras, no sabía quien era esa mujer, se acerco me miro con odio, y ese olor a naftalina y traspiración me invadió el cuerpo, “¿Porque mierda la Cenicienta no solo no come sino, falta al colegio?”. Yo estaba impávida, muda... “movete mierda”, yo seguía cual estatua, me puso el guardapolvo a la fuerza por más que le decía que era tarde, me zamarreo y baje los escalones en el aire del empujon que medio.
Me llevo al colegio, me dejo en el aula frente a mi maestra y todos mis compañeros y se fue.
Jamás había experimentado esa sensación mezcla de odio, vergüenza, rencor, de ahí en más siempre fui la hija de la borracha, para todos mis compañeros.
Cuando volví me estaba esperando, ni me acerque siquiera, no le hable, ni comí. La mire una sola vez con todo el odio del mundo, ella me mantuvo la mirada que jamás volvió a ser la de antes, “preferís eso esta bien”, esa noche tome mi almohada y dormí en el piso, la escuche llorar…. pensé en ir y abrazarla y decirle no importa ma… “el cuento me lo se de memoria, si querés te lo cuento yo…”, pero mi mirada también sería otra desde esa noche y para siempre.
Termine en 7mo grado con problemas de conducta, "mi vieja era lo que quieran, pero era mi vieja", a más de uno le partí la boca y más de uno me dejo el ojo morado .
La llamarón varias veces pero jamás fue al colegio.
Después de ese día, nunca dormia em la pensión por las noches, hablábamos lo justo y necesario, cuando no dormía, aunque nunca más me golpeo, borracha solía insultarme, y contarme su vida, de Juan, de su abuela, despues me miraba y era cronológico siempre venía el mismo versito....“pero que sabes vos lo que es morir, estando viva”…
Al terminar 7mo Grado la profesora preparo conmigo, “El lago de los cines”, me había dado ropa de bailarina, tenía hasta coronita, fue una de las ultimas veces que le hable a mi madre, para pedirle que venga verme.
La espere sentada , ahí como el resto de las madres, orgullosas y anchas en primera fila, pero no estaba...
Salí a bailar como si me llevara la fuerza del viento y pudiera volar lejos, hasta que en un momento la vi detrás de la puerta mirándome, no se animo a entrar por más que la llame, lo único que recuerdo fue que me tiro un beso envuelto en lagrimas y se fue.
Nunca empecé la secundaria, mi madre dejo este mundo, cuando tenia 24 años, se había vuelto prostituta después que el tipo del bar la había violado ese día que no llego a dormir.
Noto que su belleza redituaba y ganaba más en forma independiente que trabajando para un tipo de mierda, que además quería regentearla,( tiempo después me entere que era muy conocida aparentemente), la cirrosis la termino de consumir, segun ella comfeso: murió el día que se convirtió en el reflejo de todo aquello que aborreció ,cuando traiciono la Promesa que le hizo a Juan, pero sobre todas las cosas cuando descuido su “Alma”.
Desde ese día herede su mirada, su fama, su porte, su parada. Mi Alma, se fue con ella a partir de ese momento y para todos fui Jacky. Mi legado fue una madre a quien ame y me amo todo lo que su corazón resistió.
Tiempo después descubrí una caja que me dejo, tenía mi nombre en la parte superior, al abrirla encontré sus tesoros: la foto que mi madre guarda de mi abuela, una lata vieja, un crucifijo, una foto de “Juan”, un libro del “Che Guevara”, y envuelto en papel de regalo con un gran moño y una tarjeta que decía: “Para mi Alma, mi luz, el sentido de mi vida, perdón” lo abrí, y ahí estaba el libro de la Cenicienta y una coronita de Princesa, se me cayo de las manos, junto con mi cuerpo, que lloro hasta quedar seca, desde ese día y para siempre.

Esmeralda
Derechos Intelectuales Reservados
Artista Plástica Gisela Arredes
Derechos Intelectuales Reservados

EL COMIENZO DE LA HISTORIA DE MI MADRE I





"No hay vida, que no tenga resabios de nuestros antecepasados, yo a mi padre no lo conoci, pero hoy a 1 año de muerte de mi madre, he decidido redactar en primera persona, tal como ella me lo conto hace algun tiempo atras...
el momento que cambio su vida, de una vez y para siempre "


No se vayan a creer que mi vida siempre fue igual, alguna vez hace tiempo, tenía casita propia, algo convulsionada pero gratis y calentita, el seno de mi madre, definitivamente fue mi mejor habitación…
Tendrían que haberle visto su cara, cuando se entero que ya no estaría sola, que ahora seriamos dos, su emoción fue tan grande que fumo hasta el ultimo día, consumió, heroína, crack, y vodka en mi honor!...
Busco todas las formas habidas y conocidas para verme antes, estaba tan feliz que saltaba como alocada. Nunca se caracterizo por ser muy amable pero le llevaba los sifones al vecino del cuarto, elegía las pisadas de una pequeña y endeble escalera caracol, tratando de acertar cual era la que estaba más floja.
Pobre mi mami (pensaba)… creía que no aguantaba la soledad, que moría por abrazarme y tenerme sobre su pecho con premura.
No era la típica embarazada, con su panza grande, rara vez comía así que desde embrión creo que compartimos el hambre.
Recuerdo su voz y la de varios hombres, pero los últimos meses recuerdo uno en particular acariciaba suave la panza, y me ponía música.
Dicen que los bebes no perciben tanto, y mil veces me han dicho que fabulo, así que paso a ser de esas historias que reservo en mi memoria para esas noches largas y frías…
Y llego el día, era todo un acontecimiento, había globos que llenaban la habitación, ositos de peluche de varios colores, nunca quiso saber mi sexo, así que había variedad, (por si las moscas), se sentía el perfume de fresias y jazmines, el día que yo nací, (siempre quise imaginarlo así).
Lo cierto es que esa noche mi llanto al salir de su vientre se confundió con el de madre, en ese momento las enfermeras creyeron que era de alegría, una de ellas me tomo en sus brazos y con instinto maternal me acerco a su pecho, ella tan solo me observo de reojo, se cubrió con la sabana, murmuro “su nombre será Jacqueline”.
Pocos meses pasaron hasta que termine por conocer a quien aparentemente era mi “abuela”, quien se encargo con obstinación y ahínco de reafirmar, por si me quedaba alguna duda que mis ideas neonatales, no eran producto de mi imaginación.
Apenas tuve uso de razón me recordaba día tras día, que mi madre era una puta, drogadicta, y borracha, que si tenía ropa, techo y comida era porque ella se había encargado de mí.
Jamás volví a ver a mi madre, de ella solo tengo una foto de cuando era chica que le robe a mi “cuida cárcel”.
Desde pequeña entendí que nada era gratis, el sustento había que ganárselo. Desde los cinco años, comencé a frecuentar lugares de mala muerte, morada de gente sin presente, y un pasado que mejor no recordar, a veces me quedaba detras de puertas de casas desconocidas, observando la ventana por horas, esperando que la noche pase inclemente, jugando apuestas con la luna.
Cuando volvíamos me zamarreaba el brazo, le desagradaba e incomodaba mi presencia, cuando llegábamos se tiraba a dormir sin antes darme las indicaciones de mis tareas, lava, limpia, barre, plancha, “maldita plancha a carbón”, las veces que me habré quemado, “vieja de mierda rezongaba”, pero para mis adentros, si me escuchaba el moretón me duraba semanas, y como ya tenía varios precedentes aprendí que el silencio es cobarde y desgarrador, pero duele menos.
Siempre fue zorra, para el barrio, su imagen siempre fue la de la abnegada mujer que se había hecho cargo de su nieta, que mantenía planchando por encargo, ya que no le alcanzaba con la magra pensión de su esposo, sin embargo nunca me dejaba salir, no sabia nada del mundo exterior.
Ni bien alcance el nivel de la mesa lo primero que me enseño, fue a planchar.
Esos eran mis días y mis noches, ella dormía después de una tarea ajetreada, que gracias a Dios, como ya era más grande, no me llevaba consigo, pero se encargaba de tener la certeza de dejarme encerrada bajo llave y por si fuera poco, una cadena con un candado, no porque me quiera, no se vayan a creer, era chica pero el aire estaba pesado, se escuchaban ruidos raros por las noches, gritos llantos, cohetes… no se, además la vieja estaba haciendo un flor de negocio conmigo, cuando se despertaba no quería ni contemplarme, así que me mandaba a dormir un rato “anda, que después te quejas que te duele la espalda”, me acostaba, ella me miraba de reojo, yo dormía placidamente. Pero un día la resaca era tal que ni se acordó de mí, ese día le saque la ficha, tenía una lata en una alacena alta donde guardaba la guita. Lo mantuve en la memoria y lo único que constataba es que no cambiara el lugar.
Recuerdo que teníamos un vecino era joven, soltero, no se a que se dedicaba pero amaba la música, en la oscuridad disfrutaba de ese momento el mejor momento de mi día, solía bailar mientras planchaba, el silencio le dejaba espacio a mi imaginación (maravilloso Don de la niñez), jamás había visto una pero yo soñaba que era bailarina, era libre, y feliz esas noches.
Hasta que un día la música comenzó a sonar y al oír los primeros acordes creí escuchar ese tema, que alguien por primera vez puso en la panza de mi madre, corrí para agarrar el banquito arrimarlo a la ventana, me asome maravillada y exaltada, estaba ilusionada pensé que había venido a rescatarme, nada menos y nada mas que mi mamá.
Pero pronto descubrí que la imaginación y los cuentos con finales felices eran parte de la historia de otros, pero jamás seria la mía, en el suceder de mis días solo había ropa para planchar, aunque ahora con electricidad mediante….
Comer dependía del destino, y se había hecho tradición para mí, hasta las tripas se habían acostumbrado, solía engañarlas con mate, bendito sea.
Con el pasar del tiempo mi vecino noto que lo observaba, y creo sintió pena de mí, así que esperaba la huida de la arpía y se acercaba a la ventana, al principio venia y escuchábamos bellas canciones, escuchaba un poco de todo, yo le mostraba mis dotes de bailarina improvisada, el sonreía, y me decía “te augura un gran futuro”, y me acariciaba la cabeza, fue el único hombre bueno que conocí en mi vida.
Era diferente a los demás, tenia un dibujo en su pared de alguien con una boina, un habano, yo pensaba que era su padre.
Algunas noches y sigilosamente se juntaba mucha gente en su casa, hablaban, discutían y luego terminaban riendo.
Sabia que esas noches no podía hacerme compañía, pero ponía la música fuerte, yo pensaba que lo hacia por mi, y como lo que quería por eso, asomaba su cabeza, me guiñaba un ojo cómplice, cerraba la ventana y me murmura “nos vemos mañana”.
Un día vino y me dijo señorita no hay bailarina, que no sepa leer y escribir,( resulto ser maestro de una escuelita pobretona), y así transformo mis noches.
No podía bajar la cantidad de ropa planchada, la vieja ya me había calculado los tiempos, jamás en vida planche tan rápido.
Recuerdo que cuando venia con sus cuadernitos, solía decirme “eres muy lista sabias aprendes sumamente rápido”, pero lo decía serio, “podrás hacer de tu vida algo extraordinario”, pobre si hoy me viera!
Cuando el llegaba yo estaba lista, me gustaba su compañía, era el único que me decía Princesa y casi siempre me traía un sándwich de milanesa y un alfajor guaymayen, ese día no tomaba mate, tenia que tener la panza lista para tan delicioso manjar .
Uy…… cuando aprendí a leer y a escribir y entendí el significado de ser una "Princesa", me sentía linda así flacucha y harapienta, con la cara siempre mugrienta, y las manos llena de cicatrices de viejas quemadoras.
Ya era mas grande además ahora era “Princesa”, así que o dominaba la plancha o me quedaba sin magia, deberían verme, otra que la Cenicienta (recuerdo cuando leí ese libro por primera vez) ¿y donde esta mi Hada Madrina? , lo interrogue molesta, se paro se presento, y dijo “aquí es que ya no quedaban mas mujeres”, ¿eso te incomoda?, me reí, lo mire fijo y le pregunte “ ¿vos me vas a llevar al baile, así tan solo sea hasta las doce?, claro me respondió, pero dentro de unos años, eres demasiado bonita y no quiero que encuentres un Príncipe y me abandones. Jamás, jamás, te abandonare, Juan, (así se llamaba) lo abrace fuerte y creo que fue la primera vez que lo dije, no podría abandonarte, “porque yo te quiero”.
Me hizo upa, había encontrado la forma de escabullirme por la ventana, me acaricio la cabeza, me dio un beso en la mejilla, se acerco a mi oído, y me dijo susurrando, pero con voz firme, no importe que pase “eres bella e inteligente, la resistencia te forjo, jamás dejes de luchar por tus sueños”.
Después de esa noche, las reuniones en la casa de Juan, se hicieron mas frecuentes. Paso menos de un mes, no me pregunten porque, pero se me puso la piel de gallina, y una sensación atemorizante me sucumbió el cuerpo, luego de eso se escucho la frenada de un auto, el ruido de cohetes, de vidrios, no se era confuso, todo era caos, me di cuenta que era en la casa de Juan, abrí raudamente la ventana, él me vio, me guiño un ojo, sonrió, luego se puso serio, con un gesto casi imperceptible me hizo un seña de que cerrará la ventana, lo obedecí, pero observaba entre las hendijas, varios hombres, lo tomaron del pelo, parecían hombres comunes de buen vestir escuche que le habían preguntado por el retrato del padre, no se que respondió pero lo golpearon y le dieron vuelta la casa, no paraban de pegarle.
Yo ya era adolescente y no cabía por la ventana, el candado no cedía, y la puerta estaba con llave, lo sabia pero no obstante tiraba con fuerza de ella, pero no podía salir, recuerdo que lloraba, sin entender que pasaba.
Cuando me volví a asomar por la ventana, vi como se llevaban a Juan en un auto, su casa quedo abierta y destruida.
Esa noche no planche, llore hasta quedarme seca, tirada contra una pared, nada de lo que había amado en el mundo pude retenerlo.
Se abrió la puerta, sabia que era ella el olor a alcohol inundo la habitación, me miro
y me dijo “porque lloras pendeja pelotuda”, ¿Qué le pasó a Juan?, le pregunte, vinieron unos hombres le pegaron por el dibujo de su padre, lo metieron a un auto y se lo llevaron.
Todavía recuerdo esa risa sarcástica, malvada y aguda, “mira que sos estupida, no era la foto del padre, era el Che Guevara” lo que tenia dibujado en la pared, ignorante!, y que se lo llevaran fue lo mejor que nos pudo pasar, ese tipo no era mas que un agitador, terrorista, un flaco de mierda.
Pocas veces la ira se apodero de mi de esa manera, ¿un tipo de mierda?, no te atrevas siquiera a pensarlo “vieja estupida”, me miro asombrada, ni lo pensé, la empuje y la golpee en la cara, no se de donde saque la fuerza, creo que la ingesta de alcohol me ayudo para que cayera redonda al piso, tome la lata con la guita, la poca ropa que tenía, la foto de mi madre, y solo corrí, a las dos cuadras volví, mientras no paraba de refregar mis ojos ya púrpuras de tantas lagrimas, deje el temor de lado, súbitamente vinieron a mi cabeza las palabras de Juan.
Al irme había dejado la puerta entreabierta, entre de nuevo, pero era otra, ya no era un gatito asustado que habían recogido de las calle, era grande, era fuerte, mi mirada se transformo a partir de ese día.
Cuando volví, mis ojos revelaba quien sería de aquí en más y para siempre, tome las llaves y el candado, mire su patética cara por ultima vez, y la escupí, era una pantera embravecida, después de años de encierro en una jaula de mala muerte.
Trabe la ventana, cerré la puerta con llave, puse la cadena y el candado. Y me fui a la casa de Juan, tome una de sus fotos, algo de lo poco que había quedado, mire con detenimiento, el dibujo de quien para mi siempre será su padre, porque si el lo había plasmado en su pared, tenía que ser especial, en un cajón había un crucifijo (en el momento no supe que era, solo lo tome porque era de él).
Había sangre en el piso, lo bese, esperando que apareciera, para llevarme al baile.
Así deje atrás mi niñez, mi adolescencia, mi inocencia… no sabia el camino que me faltaba por recorrer.
Por primera vez luz, pero todavía ignoraba, que por más garras que tuviera, afuera solo había un circo más grande, con guardia cárceles aun más sádicos y macabros…


Continuara...

Esmeralda
Derechos Intelectuales Reservados
Fotografia: Por Esmeralda (autor desconocido)



No puede mirar la luna
sin calcular
la distancia

No puede mirar
un árbol
sin calcular la leña

No puede mirar
un cuadro
sin calcular
el precio

No puede mirar
un menú
sin calcular
las calorías

No puede mirar
a un hombre
sin calcular
las ventajas

No puede mirar
una mujer
sin calcular
el riesgo.

Eduardo Galeano.

miércoles, 13 de mayo de 2009

La tortuga Gigante




Había una vez un hombre que vivía en Buenos Aires, y estaba muy contento porque era un hombre sano y trabajador. Pero un día se enfermó, y los médicos le dijeron que solamente yéndose al campo podría curarse. Él no quería ir, porque tenía hermanos chicos a quienes daba de comer; y se enfermaba cada día más. Hasta que un amigo suyo, que era director del Zoológico, le dijo un día:

—Usted es amigo mío, y es un hombre bueno y trabajador. Por eso quiero que se vaya a vivir al monte, a hace mucho ejercicio al aire libre para curarse. Y como usted tiene mucha puntería con la escopeta, cace bichos del monte para traerme los cueros, y yo le daré plata adelantada para que sus hermanitos puedan comer bien.

El hombre enfermo aceptó, y se fue a vivir al monte, lejos, más lejos que Misiones todavía. Hacía allá mucho calor, y eso le hacía bien.

Vivía solo en el bosque, y él mismo se cocinaba. Comía pájaros y bichos del monte, que cazaba con la escopeta, y después comía frutos. Dormía bajo los árboles, y cuando hacía mal tiempo construía en cinco minutos una ramada con hojas de palmera, y allí pasaba sentado y fumando, muy contento en medio del bosque que bramaba con el viento y la lluvia.

Había hecho un atado con los cueros de los animales, y lo llevaba al hombro. Había también agarrado vivas muchas víboras venenosas, y las llevaba dentro de un gran mate, porque allá hay mates tan grandes como una lata de kerosene.

El hombre tenía otra vez buen color, estaba fuerte y tenía apetito. Precisamente un día que tenía mucha hambre, porque hacía dos días que no cazaba nada, vio a la orilla de una gran laguna un tigre enorme que quería comer una tortuga, y la ponía parada de canto para meter dentro una pata y sacar la carne con las uñas. Al ver al hombre el tigre lanzó un rugido espantoso y se lanzó de un salto sobre él. Pero el cazador, que tenía una gran puntería, le apuntó entre los dos ojos, y le rompió la cabeza. Después le sacó el cuero, tan grande que él solo podría servir de alfombra para un cuarto.

—Ahora —se dijo el hombre—, voy a comer tortuga, que es una carne muy rica.

Pero cuando se acercó a la tortuga, vio que estaba ya herida, y tenía la cabeza casi separada del cuello, y la cabeza colgaba casi de dos o tres hilos de carne.

A pesar del hambre que sentía, el hombre tuvo lástima de la pobre tortuga, y la llevó arrastrando con una soga hasta su ramada y le vendó la cabeza con tiras de género que sacó de su camisa, porque no tenía más que una sola camisa, y no tenía trapos. La había llevado arrastrando porque la tortuga era inmensa, tan alta como una silla, y pesaba como un hombre.

La tortuga quedó arrimada a un rincón, y allí pasó días y días sin moverse.

El hombre la curaba todos los días, y después le daba golpecitos con la mano sobre el lomo.

La tortuga sanó por fin. Pero entonces fue el hombre quien se enfermó. Tuvo fiebre, y le dolía todo el cuerpo.

Después no pudo levantarse más. La fiebre aumentaba siempre, y la garganta le quemaba de tanta sed. El hombre comprendió entonces que estaba gravemente enfermo, y habló en voz alta, aunque estaba solo, porque tenía mucha fiebre.

—Voy a morir —dijo el hombre—. Estoy solo, ya no puedo levantarme más, y no tengo quien me dé agua, siquiera. Voy a morir aquí de hambre y de sed.

Y al poco rato la fiebre subió más aún, y perdió el conocimiento.

Pero la tortuga lo había oído, y entendió lo que el cazador decía. Y ella pensó entonces:

—El hombre no me comió la otra vez, aunque tenía mucha hambre, y me curó. Yo le voy a curar a él ahora.

Fue entonces a la laguna, buscó una cáscara de tortuga chiquita, y después de limpiarla bien con arena y ceniza la llenó de agua y le dio de beber al hombre, que estaba tendido sobre su manta y se moría de sed. Se puso a buscar enseguida raíces ricas y yuyitos tiernos, que le llevó al hombre para que comiera. El hombre comía sin darse cuenta de quién le daba la comida, porque tenía delirio con la fiebre y no conocía a nadie.

Todas las mañanas, la tortuga recorría el monte buscando raíces cada vez más ricas para darle al hombre, y sentía no poder subirse a los árboles para llevarle frutas.

El cazador comió así días y días sin saber quién le daba la comida, y un día recobró el conocimiento. Miró a todos lados, y vio que estaba solo, pues allí no había más que él y la tortuga, que era un animal. Y dijo otra vez en voz alta:

—Estoy solo en el bosque, la fiebre va a volver de nuevo, y voy a morir aquí, porque solamente en Buenos Aires hay remedios para curarme. Pero nunca podré ir, y voy a morir aquí.

Pero también esta vez la tortuga lo había oído, y se dijo:

—Si queda aquí en el monte se va a morir, porque no hay remedios, y tengo que llevarlo a Buenos Aires.

Dicho esto, cortó enredaderas finas y fuertes, que son como piolas, acostó con mucho cuidado al hombre encima de su lomo, y lo sujetó bien con las enredaderas para que no se cayese. Hizo muchas pruebas para acomodar bien la escopeta, los cueros y el mate con víboras, y al fin consiguió lo que quería, sin molestar al cazador, y emprendió entonces el viaje.

La tortuga, cargada así, caminó, caminó y caminó de día y de noche. Atravesó montes, campos, cruzó a nado ríos de una legua de ancho, y atravesó pantanos en que quedaba casi enterrada, siempre con el hombre moribundo encima. Después de ocho o diez horas de caminar, se detenía, deshacía los nudos, y acostaba al hombre con mucho cuidado, en un lugar donde hubiera pasto bien seco.

Iba entonces a buscar agua y raíces tiernas, y le daba al hombre enfermo. Ella comía también, aunque estaba tan cansada que prefería dormir.

A veces tenía que caminar al sol; y como era verano, el cazador tenía tanta fiebre que deliraba y se moría de sed. Gritaba: ¡agua!, ¡agua!, a cada rato. Y cada vez la tortuga tenía que darle de beber.

Así anduvo días y días, semana tras semana. Cada vez estaban más cerca de Buenos Aires, pero también cada día la tortuga se iba debilitando, cada día tenía menos fuerza, aunque ella no se quejaba. A veces se quedaba tendida, completamente sin fuerzas, y el hombre recobraba a medias el conocimiento. Y decía, en voz alta:

—Voy a morir, estoy cada vez más enfermo, y sólo en Buenos Aires me podría curar. Pero voy a morir aquí, solo, en el monte.

Él creía que estaba siempre en la ramada, porque no se daba cuenta de nada. La tortuga se levantaba entonces, y emprendía de nuevo el camino.

Pero llegó un día, un atardecer, en que la pobre tortuga no pudo más. Había llegado al límite de sus fuerzas, y no podía más. No había comido desde hacía una semana para llegar más pronto. No tenía más fuerza para nada.

Cuando cayó del todo la noche, vio una luz lejana en el horizonte, un resplandor que iluminaba el cielo, y no supo qué era. Se sentía cada vez más débil, y cerró entonces los ojos para morir junto con el cazador, pensando con tristeza que no había podido salvar al hombre que había sido bueno con ella.

Y sin embargo, estaba ya en Buenos Aires, y ella no lo sabía. Aquella luz que veía en el cielo era el resplandor de la ciudad, e iba a morir cuando estaba ya al fin de su heroico viaje.

Pero un ratón de la ciudad —posiblemente el ratoncito Pérez— encontró a los dos viajeros moribundos.

—¡Qué tortuga! —dijo el ratón—. Nunca he visto una tortuga tan grande. ¿Y eso que llevas en el lomo, qué es? ¿Es leña?

—No —le respondió con tristeza la tortuga—. Es un hombre.

—¿Y adónde vas con ese hombre? —añadió el curioso ratón.

—Voy... voy... Quería ir a Buenos Aires —respondió la pobre tortuga en una voz tan baja que apenas se oía—. Pero vamos a morir aquí, porque nunca llegaré...

—¡Ah, zonza, zonza! —dijo riendo el ratoncito—. ¡Nunca vi una tortuga más zonza! ¡Si ya has llegado a Buenos Aires! Esa luz que ves allá, es Buenos Aires.

Al oír esto, la tortuga se sintió con una fuerza inmensa, porque aún tenía tiempo de salvar al cazador, y emprendió la marcha.

Y cuando era de madrugada todavía, el director del Jardín Zoológico vio llegar a una tortuga embarrada y sumamente flaca, que traía acostado en su lomo y atado con enredaderas, para que no se cayera, a un hombre que se estaba muriendo. El director reconoció a su amigo, y él mismo fue corriendo a buscar remedios, con los que el cazador se curó enseguida.

Cuando el cazador supo cómo lo había salvado la tortuga, cómo había hecho un viaje de trescientas leguas para que tomara remedios, no quiso separarse más de ella. Y como él no podía tenerla en su casa, que era muy chica, el director del Zoológico se comprometió a tenerla en el Jardín, y a cuidarla como si fuera su propia hija.

Y así pasó. La tortuga, feliz y contenta con el cariño que le tienen, pasea por todo el jardín, y es la misma gran tortuga que vemos todos los días comiendo el pastito alrededor de las jaulas de los monos.

Horacio Quiroga

martes, 12 de mayo de 2009

Tréboles de cuatro hojas




Tréboles de cuatro hojas

No me tengas más piedad
no me gustan los piadosos
ya no creo en las galas de los dioses.
Solo ocupo algún lugar
pongo a prueba mi confianza
y defiendo sin dudar a los que amo.

Yo aprendí a vivir
sin tréboles de cuatro hojas
yo aprendí a vivir
sin tréboles de cuatro hojas.

que difícil respirar
entre el humo y el catarro
la cabeza no descansa ni un segundo.
Una vuelta y otra más

Este amor no se acomoda
no podría practicar otro exorcismo.

Silvina Garre